Siempre que intentes equiparar la conducta sexual de las mujeres con la de los hombres deberías darte cuenta de que lo haces por una simple cuestión de economía de pensamiento: es más fácil entender un modelo relacional simétrico que uno asimétrico. Pero es que las relaciones hombre-mujer no son simétricas ni de coña. Meteoslo en la cabeza; siempre que os asalten pensamientos sobre sexualidad humana que desemboquen en un modelo de relaciones hombre-mujer simétrico, desconfiad de ellos. Nunca hay simetría. Nunca hay reciprocidad.
Las mujeres necesitan relacionarse mucho más que nosotros. Cualquiera que haya tenido un flirteo por internet y conozca cómo funcionan las relaciones en este medio, sabe que mientras el macho está en internet jugando a tal juego online o foreando en tal foro de frikis, la hembra sigue en el Messenger hablando y hablando y hablando. Da igual la hora en la que te conectes, ella siempre está en el Messenger.
Esto tiene una explicación desde una perspectiva evolucionista: durante millones de años, la mujer, para sobrevivir, tuvo que dedicarse a establecer relaciones y tejer redes de apoyo en la tribu para asegurarse la superviviencia de ella y su prole. En cambio, el hombre, para sobrevivir, tenía que dedicarse a aguzar el ingenio, afilar sus habilidades técnicas y psicomotrices, etc.
De ahí que en internet los tíos jueguen mientras las tías chatean. Los tíos sólo chatean cuando tienen los huevos cargados y necesitan descargar. Las tías, en cambio, necesitan crear todo un entramado de relaciones donde a cada uno le corresponde un rol: el macho alfa primario (semental preferente), el macho alfa secundario (semental secundario), el macho beta primario (tampón emocional preferente), el macho beta secundario (aspirante a tampón emocional), el macho afeminado o "gayfriend", la amiga de su edad primaria, la amiga de su edad secundaria, la amiga maternal 20 años mayor, el macho enigmático sin rostro, etc. Cuanta más gente apoyándola, más segura y satisfecha se siente la hembra. Si el macho alfa primario falla, ahí está el macho beta primario para dar apoyo y el macho alfa secundario para sustituirlo. Si no está el macho beta primario para consolarla, entra en escena el macho beta secundario, que está deseoso de enjuagar las lágrimas de la princesita. Y es que en la hembra fértil, el tiempo es oro, el reloj biológico apremia, hay que darse prisa en ejecutar el plan reproductivo, y cuanto más fuerte sea la red de relaciones que la hembra ha urdido, más apoyo de la comunidad va a recibir durante el hipotético embarazo y la futura crianza de la larva que expele por el coñito.
Por eso, que ni se os ocurra caer en la trampa simplista del "tal para cual, son exactamente igual que nosotros, esto es recíproco...". NI DE COÑA.
viernes, 17 de septiembre de 2010
martes, 7 de septiembre de 2010
El profeta I - Los pilares de la mierda
El orden natural no es justo, no necesita serlo, la moral y los principios son asuntos intelectuales, no biológicos y en la mayoría de los casos pesados lastres que obstruye el fluir natural de los acontecimientos y la lógica evolutiva. La genética establece unas jerarquías, dota a los individuos y a los géneros de unas cualidades muy precisas y escasamente dúctiles. La eficacia lo justifica y ampara todo, mientras la vida siga fluyendo y la especie perpetuándose; mientras los portadores de la mejor herencia la sigan transmitiendo a las hembras más sobresalientes, las razones de la naturaleza no deben cambiar.
Durante siglos, bajo la pátina de la civilización, detrás de los balbuceos artísticos y las piruetas filosóficas, persistía un orden, se respetaba inconscientemente un equilibrio dentro del cual cada individuo, cada hombre y cada mujer actuaba en correspondía con sus aptitudes naturales. Las catedrales se elevaban hasta el cielo, las molécula se sintetizaban, los transatlánticos derribaban las fronteras oceánicas y la vida se alargaba gozosamente décadas y décadas. Todo era perfecto, el mundo era más brillante y mejor y la raza se multiplicaba y optimizaba con los siglos. Había cambiado el escenario de nuestra existencia, pero el elemento esencial perduraba y daba frutos.
Las últimas décadas del siglo XX constituyen un hecho inédito dentro de nuestra especie. Por primera vez en la historia, al margen de las necesarias excepciones regias y nobiliarias, más allá de las extravagancias palatinas y literarias, se institucionaliza la igualdad, se neutraliza normativamente, apelando a principios morales y a un sentimiento inconsciente (en el doble sentido de la palabra) de justicia, la necesaria desigualdad entre los individuos y los sexos. Hombres y mujeres, tan diferentes en lo físico y en lo psíquico, son estandarizados, desnaturalizados, convertidos en maniquís de exposición, inexpresivos e inermes. El macho es castrado y la mujer inoculada con el virus de la autorealización y la visibilidad social y profesional.
Nos encontramos una sociedad de mujeres con el coño rugiendo, bramando, queriendo expulsar miriadas de cachorros humanos, que sin embargo debe taponarse los oídos para no abandonar su derecho a la paga extra y el coche de empresa. Nos encontramos una sociedad de machos feminizados, quejumbrosamente sensibles, adocenados, atenazados por los síndromes, los complejos y las neurosis. Hay llantinas, rabietas, cañonazos y sainetes; el ser humano esta desubicado, ha perdido el contacto con su esencia, se ha robotizado y caminamos hacia el androgenismo final y apocalíptico. El amor ha muerto, la pareja ha muerto, la familia ha muerto y finalmente, nuestra sociedad y nuestra civilización, sustentada soterradamente sobre estos principios, camina hacia el desastre y la extinción. El día que el feminismo tomó el poder se abrió la primera grieta de estas ruinas que habitamos.
Durante siglos, bajo la pátina de la civilización, detrás de los balbuceos artísticos y las piruetas filosóficas, persistía un orden, se respetaba inconscientemente un equilibrio dentro del cual cada individuo, cada hombre y cada mujer actuaba en correspondía con sus aptitudes naturales. Las catedrales se elevaban hasta el cielo, las molécula se sintetizaban, los transatlánticos derribaban las fronteras oceánicas y la vida se alargaba gozosamente décadas y décadas. Todo era perfecto, el mundo era más brillante y mejor y la raza se multiplicaba y optimizaba con los siglos. Había cambiado el escenario de nuestra existencia, pero el elemento esencial perduraba y daba frutos.
Las últimas décadas del siglo XX constituyen un hecho inédito dentro de nuestra especie. Por primera vez en la historia, al margen de las necesarias excepciones regias y nobiliarias, más allá de las extravagancias palatinas y literarias, se institucionaliza la igualdad, se neutraliza normativamente, apelando a principios morales y a un sentimiento inconsciente (en el doble sentido de la palabra) de justicia, la necesaria desigualdad entre los individuos y los sexos. Hombres y mujeres, tan diferentes en lo físico y en lo psíquico, son estandarizados, desnaturalizados, convertidos en maniquís de exposición, inexpresivos e inermes. El macho es castrado y la mujer inoculada con el virus de la autorealización y la visibilidad social y profesional.
Nos encontramos una sociedad de mujeres con el coño rugiendo, bramando, queriendo expulsar miriadas de cachorros humanos, que sin embargo debe taponarse los oídos para no abandonar su derecho a la paga extra y el coche de empresa. Nos encontramos una sociedad de machos feminizados, quejumbrosamente sensibles, adocenados, atenazados por los síndromes, los complejos y las neurosis. Hay llantinas, rabietas, cañonazos y sainetes; el ser humano esta desubicado, ha perdido el contacto con su esencia, se ha robotizado y caminamos hacia el androgenismo final y apocalíptico. El amor ha muerto, la pareja ha muerto, la familia ha muerto y finalmente, nuestra sociedad y nuestra civilización, sustentada soterradamente sobre estos principios, camina hacia el desastre y la extinción. El día que el feminismo tomó el poder se abrió la primera grieta de estas ruinas que habitamos.
viernes, 3 de septiembre de 2010
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